Roma - Un tour pontificio para peregrinar por la historia
Mientras crece el número de visitantes al Vaticano y el mundo sigue, atento, cada paso de Francisco, una breve guía para tener a mano al recorrer la Santa Sede y algunos rincones de la Ciudad Eterna
Por Pierre Dumas para La Nación
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A los Museos Vaticanos se ingresa por una espléndida escalera. |
En algunos lugares de Roma sigue siendo difícil determinar dónde empiezan y dónde terminan los dominios pontificios. A pesar de los Pactos Lateranenses, por los que en 1929 el entonces Reino de Italia y la Santa Sede se reconocieron mutuamente. Es que la historia de esta ciudad está íntimamente entrelazada con la de los papas. Al fin y al cabo, a la magnificencia de los jefes de la Iglesia le dio sus grandes basílicas, con el Vaticano a la cabeza; pero también causó algunos estragos, como cuando se tomaron las vigas de bronce del pórtico del Panteón -un templo pagano consagrado a todos los dioses- para utilizarlo en la construcción del baldaquino de Gianlorenzo Bernini. Decora inutilia, descalificó entonces el papa Urbano VIII Barberini a aquellas vigas. Lo cual motivó a Pasquino, la estatua parlante romana (sobre la que la tradición era colocar mensajes de rápido ingenio), a sentenciar que quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini (lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini).
Cuatro Basilicas
El Vaticano es, naturalmente, el centro de la Roma pontificia: el límite entre la Santa Sede y la Ciudad Eterna lo constituye la Plaza San Pedro, que recientemente estuvo en el centro de la atención mundial y de los argentinos, en particular, por la entronización del nuevo papa Francisco. Lo cierto es que San Pietro in Vaticano es la mayor de las basílicas papales de Roma: las otras son San Giovanni in Laterano, San Paolo Fuori le Mura y Santa Maria Maggiore.
A San Giovanni in Laterano -o San Juan de Letrán- le corresponde ser la catedral de Roma, y de su nombre vienen aquellos acuerdos que establecieron el límite entre Italia y la Santa Sede. El magnífico Vaticano se visita por mucho más que motivos religiosos: es una de las grandes obras de la arquitectura mundial y alberga en los Museos Vaticanos joyas sin par de la historia del arte y la civilización. Empezando por el techo de la Capilla Sixtina pintado por Miguel Ángel, mudo testigo de los cónclaves.
San Pietro in Vincoli se visita, en cambio, por otra obra de Miguel Ángel: el célebre Moisés , obra maestra de la tumba del papa Julio II (bajo cuyo mando se fundó la Guardia Suiza). En cuanto a Santa Maria Maggiore, se dice que el oro del cielo raso fue un regalo al papa de los Reyes Católicos, generosos con las riquezas extraídas de América.
De vuelta en el Vaticano, durante la visita a la Basílica se suelen cumplir algunos rituales, como tocar el ya gastado pie de la estatua de San Pedro y aguzar la vista para descubrir que los presuntos frescos interiores son, en una segunda mirada, magistrales mosaicos. Hay que tener buenas piernas, sin duda, considerando que San Pedro tiene 187 metros de largo y contiene 45 altares, en tanto las naves laterales ostentan unos respetables 76 metros. Aunque todo empequeñezca frente a los impactantes 132 metros de la cúpula diseñada por Miguel Ángel, a la que se sube tras ascender 551 escalones (o 320 si se elige tomar un ascensor para el tramo inicial). La espectacular vista sobre Roma compensa el esfuerzo.
Cada papa supo dejar su propia huella. Como Sixto V, que hizo edificar a fines del siglo XVI la Scala Santa, una escalera de 28 escalones que en Semana Santa los fieles suben de rodillas. Se dice que estos escalones son la réplica de los que tuvo que subir Jesús en el palacio de Poncio Pilatos en Jerusalén.
Paulo III hizo construir el Palazzo Farnese cuando aún era cardenal y lo rediseñó bajo su pontificado con dos arquitectos de renombre: Antonio da Sangallo el Joven y Miguel Ángel. Durante el mandato de otro papa, Inocencio X, el cardenal Cornaro encargó el espectacular Éxtasis de Santa Teresa, de Gian Lorenzo Bernini, y como la mundanidad no siempre fue ajena a algunos hombres de la Iglesia, se hizo incluir junto con otros miembros de la familia en una suerte de palco que crea una escena de impresionante teatralidad en el interior de la iglesia.
Pero la historia pontificia en Roma empieza mucho antes, con el propio Pedro, el primer papa: hay que visitar entonces la pequeña iglesia Quo Vadis, sobre la Via Appia, que según la tradición fue donde Cristo se le apareció a Pedro, que huía de Roma: "¿Adónde vas, Señor?", fue la pregunta del apóstol, la que dio luego su nombre latino a la iglesia. "Voy a Roma, a ser crucificado", respondió Jesús. Así Pedro regresó y aceptó el martirio: al visitante actual se le evoca la historia frente a una placa de mármol con la huella de unos pies que, según la tradición, son los del propio apóstol.
Más allá de la magnificencia de las cuatro basílicas, toda Roma está jalonada de las huellas pontificias, históricas o... míticas. Por ejemplo, el área entre la iglesia de San Clemente y el Coliseo, donde una leyenda cuenta que la papisa Juana dio a luz a un niño, mientras iba desde el Gianocolo (una colina cercana al Vaticano) hacia el Laterano.
O como la Fontana del Tritone, sobre Piazza Barberini, una obra maestra de Bernini, encargada por el papa Urbano VIII en el marco de los trabajos para realzar la zona donde había mandado construir el palacio familiar.
Otro ejemplo es la famosa Fontana di Trevi, que nació a causa de un antiguo acueducto romano, pasó por varios proyectos y tomó finalmente su forma definitiva gracias a la intervención de Clemente XII, que encargó la obra al arquitecto Nicoló Salvi.
Sería un error, sin embargo, creer que sólo iglesias forman la herencia pontificia romana: la forman también -entre incontables monumentos, esculturas, obras de arte y hasta emblemas trazados por doquier en fuentes y edificios- el Palazzo del Monte di Pietá, una institución pública fundada como casa de empeños por el papa Paulo III, para frenar la creciente usura reinante en la Roma renacentista. Sin olvidar la espléndida escalinata de Trinitá del Monti, que permitió vincular la iglesia con Piazza Spagna, y que fue inaugurada por Benedicto XIII en el Jubileo de 1725.
Porque toda la Ciudad Eterna es -por si hace falta aclararlo- una caja de sorpresas donde las capas de la historia se superponen desde los tiempos de la fundación mítica que narra Virgilio hasta la Roma republicana, imperial y más tarde pontificia. Todo cabe en la cabeza del mundo, una cabeza que a menudo lleva los rasgos de los papas.
Un punto mágico en la plaza San Pedro
La espectacular columnata que abraza la Plaza San Pedro frente a la basílica es una de las muchas obras maestras de Bernini. Ese peculiar diseño arquitectónico que representa la bendición urbi et orbi y el abrazo de la iglesia está formado por dos brazos cuyas 244 columnas se organizan en cuatro hileras: al caminar por la plaza, la sucesión de columnas da entonces cierta sensación de espacio cerrado. Pero ubicándose en un punto cercano a una de las fuentes, que está indicado en el suelo, las columnas quedan mágicamente alineadas una tras otra por obra y gracia del arte de Bernini.
Museos Vaticanos
Toda la riqueza y el poderío de los papas, empleado en un terrenal mecenazgo que hacía competir a sus familias en oropeles, pero también en obras de arte, se ven reflejados en la espectacular colección de los Museos Vaticanos. Desde la espléndida escalera helicoidal por donde se ingresa hasta la escalera de Bramante -que podría incluso ser transitada a caballo- se suceden las obras maestras, que tienen sin duda su punto máximo en la Capilla Sixtina, los aposentos de Rafael, los bajos relieves egipcios o el célebre Lacoonte. Como Roma no se construyó en un día, los Museos Vaticanos tampoco: por lo tanto, no alcanza un día para recorrerlos.Vale la pena tener en cuenta que sólo algunos de los itinerarios posibles requieren hasta cinco horas... Incluso si se desea ir directo a la Capilla Sixtina, sin admirar otras obras en el camino, hace falta casi media hora de recorrido..
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